SANGRE
No entres apresuradamente
en pleito, no sea que no sepas
qué hacer al fin,
después que tu prójimo
te haya avergonzado
Proverbios 25:8,
Sagradas Escrituras
Aquella tarde fue a clases como
cualquier día sin sospechar que algo grave iba a pasarle. Una vez tocada la
sirena para salir a recreo no dejaron sin acudir a los patios escolares: unos
iban a los servicios higiénicos, otros al bar y aquellos a jugar básquet.
Nuria y dos
o tres de sus mejores amigas, mientras comían los deliciosos chochos1
con maíz tostado y encebollado que vendían en el bar, charlaban animadamente en
el descansillo que había entre la planta baja y la primera. Terminado el
convite de colegialas, se dispusieron a bajar a los patios para jugar al
básquet los escasos minutos que restaban de recreo. Con tan mala suerte para
Nuria, que al ser la primera en querer bajar, una de sus compañeras hecha la
juguetona le dio un fuerte empujón haciéndola caer de trasero y se golpeó las
últimas vértebras al caer sentada sobre el filo de la escalera, por lo que
empezó en cuestión de segundos a sentir un fuerte dolor del vientre. Al estar
en los días de la costumbre: «se aflojó la llave», como se dice vulgarmente, y
sangraba en abundancia. Mas hizo caso omiso del incidente y en vez de ir al
policlínico del colegio ocupó un asiento del aula, el cual lo tiñó de rojo. Lo
mismo hizo al quedarse detrás de una puerta, manchó el piso con el líquido viscoso
que fluía de su fuente.
Al fin le
trasladaron a urgencias de una clínica cercana. El médico que la trató, cuando
vino su madre a por ella, lo primero que le dijo es:
– ¿Eres tú
la madre de Nuria, la chica enferma?
–Sí, doctor,
soy yo –repuso una mujer de mediana edad, nerviosa.
–La niña ha
sido víctima de un aborto, ¿sabes? –le dijo con frialdad increíble– Le he
realizado una ecografía y claramente se ve una mancha que no puede ser otra
cosa que un feto –gesticulaba mientras arrugaba el entrecejo y añadía sombras a
su gomoso rostro.
– ¿Cómo que
puede ser un aborto, doctor? –protestó Camila– Si mi hija no pudo estar encinta,
si apenas tiene doce añitos.
– ¡Hum! Eso
que tenga doce años o menos –ironizó el médico mirando con ojos ratoniles– no
prueba que no haya podido quedarse encinta al estar con cualquier hombre. Vamos
a practicarle inmediatamente un curetaje2 para eliminar los restos
del feto.
Enseguida
llamó a la enfermera:
–Antonia,
por favor, prepare los instrumentos que vamos a intervenir a la paciente.
–Enseguida,
doctor –repuso sumisa una joven de unos veinte años que se marchó tras la
orden.
Mientras en
la consulta.
–Doctor
–protestó la madre– mi hija no estaba esperando un hijo y no tiene por qué
auscultar sus partes íntimas.
–Eso es lo
que tú crees –dejó caer el galeno–; pero yo te voy a demostrar lo contrario: la
chica ha abortado.
Dicho esto
el médico se acercó y palpó el vientre de la niña buscando el útero. Ella
gritaba de dolor apenas le tocaba. En tanto la enfermera acudía con los
instrumentos necesarios para la operación.
– ¡Cállate!
–ordenó el médico y seguía en su intento de realizar el temido curetaje.
Pero Nuria
gritaba cada vez con mayor fuerza y no se dejaba poner una mano sobre su
cuerpo.
–Esta niña
no me deja ni tocarla –gruñó el médico–. Yo no sé cómo se han dejado practicar
otras menores que han venido antes a la consulta. No se puede hacer nada más
–se dio por vencido y dejó tranquila a Nuria–. Vente mañana para que la lleves
a otro dispensario, si quieres.
De esta
manera Camila sintió que el alma se le iba en su niña enferma y, lo que era
peor aún, las palabras del médico le daban vueltas en la cabeza llenándole de indefinible
angustia. Sin embargo, marchó a casa a cumplir con las necesidades hogareñas
que le esperaban. Alimentó a sus demás retoños y, cuando llegó su marido, le
comentó la infausta noticia.
–Sabes que a
tu hija le han hecho caer en el colegio –esgrimió Camila poniendo cara de circunstancias–
y le ha dado una fuerte hemorragia por el golpe recibido. Este momento está
siendo atendida por el médico de la clínica San José, la que está casi frente
al colegio.
– ¿Quién es
ese desgraciado o desgraciada que ha hecho caer a mi hija para denunciarle?
–vociferó de muy mal modo el hombre de la casa.
–Acaba de
comer que ahora nos vamos a verla –rogó su mujer.
–Ni porque
uno se está trabajando tiene derecho a descansar –renegó Ramón– ya me toca ir a
ver a mi hija que está enferma y...
– ¡Ay...!
¿Qué más te toca como padre que eres? –cortó Camila y se dio prisa para zarpar.
Cuando
llegaron a verla, Nuria dormía aliviada porque le suministraron un sedante.
Mientras el galeno habló con Ramón sobre el caso y le expuso que la causa de la
hemorragia no era otra que el aborto. Se marcharon los padres enemistados entre
sí, en la calle empezaron a pelear.
– ¿Te das
cuenta, zorra mal nacida? –gruñó el marido– La mocosa está con hemorragia por
el aborto que dizque ha tenido, no por la caída que dices vos3.
–No seas
imbécil –rugió Camila– ¿cómo crees que tu hija de doce años va a estar
embarazada?
–Claro pues,
estúpida –volvió Ramón– vos como corriste igual suerte al dejarte empreñar en
la adolescencia, lo que le pasa ahora a nuestra hija te parece algo normal.
–No es que
me parezca algo normal –repuso Camila armándose de paciencia– sino al
contrario. Aquello que se comenta de nuestra hija, no es más que una calumnia
que intenta echar por tierra su impoluta dignidad, tanto como la nuestra. Ni el
médico tiene razón, ya verás cómo la llevamos a Zamora donde la doctora que ha
tratado algunas de mis enfermedades para que ella nos aclare.
Casi no pegó
los ojos Camila pensando en lo que pasaba con Nuria. Sin embargo, a primera hora
acudió a verla y pidió que las dejasen a solas.
–Mi hijita
–dijo– ¿estás segura de que no estuviste con algún hombre?
–No, mamita
–repuso– estoy completamente segura. ¿Por qué?
–El médico
dice que la hemorragia te vino porque estabas encinta.
–Ay, mami
–repuso la niña– ¿encinta, yo? Apenas he terminado la primaria.
Ahora se
enfrentó nuevamente Camila con el médico, quien le dijo seguro de su teoría:
–Sabes bien
que tu hija está encinta, ¿por qué tratas de ocultarlo?
–Usted
–repuso Camila– ¿en qué se basa para sostener aquello?
–Yo me baso
en hechos reales –dejó caer el galeno–. Ayer hablé con tu hija y me comentó que
tú le habías dicho: «Ese chico que vivía con nosotros se ha pasado al cuarto
donde duermen ustedes y te ha visto las piernas desnudas; pero yo te cubrí con
una manta». Aseguró tu hija y agregó: «Yo no he sentido nada, doctor, a lo
mejor me hizo algo cuando estuve profundamente dormida». Yo no entiendo, ¿cómo
se puede tener a un chico extraño viviendo bajo el mismo techo habiendo chicas
que corren peligro?
–Si usted se
basa en esa teoría para asegurar que mi hija estaba encinta –repuso Camila muy
resuelta– haga cuenta de que ha fracasado, porque le dije aquello mintiéndole,
con el sano objetivo que dejara de dormir como quiera: es que es de muy mal
dormir, doctor. Ora pone una pierna por aquí y otra por allá, ora muestra todo
lo que no debe una chica decente sin importar de los que están durmiendo a su
alrededor. Por eso me inventé la historia del chico que se pasado a su cuarto y
le ha visto las piernas desnudas.
En todo caso,
doctor –agregó Camila sin más– le voy a llevar a Zamora porque no estoy
conforme con su veredicto.
Esta
declaración cayó como balde de agua fría sobre médico y enfermera que, aunque
sumisa y silenciosa, no se perdía ni una jota de la conversación. Allanado el
camino, titubeó el galeno al tiempo que aflojaba las cuerdas a la razón:
–No... no te
la lleves aún, déjame hacerle de nuevo los análisis clínicos. Ven... ven por la
tarde que ya los tendré y sabremos a ciencia cierta lo que pasó. ¿De acuerdo?
–Está bien,
doctor –suspiró Camila, aliviada por primera vez–; pero no se le ocurra seguir
insistiendo en lo del aborto.
El rostro
camaleónico del médico ahora estaba pálido y se le notaba nervioso.
–No... no te
preocupes –rogó el galeno– que ahora tendré mucho cuidado en hacerlos
detenidamente.
Cuando
volvió a la tarde Camila, el médico le dijo que ella estaba en toda la razón y
que lo que tuvo Nuria no fue ningún aborto, como él aseguró al comienzo, sino que
tenía un quiste4 en el ovario y le mostró la placa de la ecografía.
–Mira
–asintió– cuando la chica está embarazada, como ha sucedido ya un montón de
veces, se presenta esa sombra que ves en el interior del útero; pero en el caso
de tu hija que es muy particular, esa sombra que vemos allí no es otra cosa que
el quiste.
Esta noticia
más que alegrar a Camila, vino a confirmar la seguridad que tenía acerca de la
dignidad impoluta de Nuria. Asimismo alegró al padre de la pequeña que no pensó
en otra cosa que no fuera en demandar al médico.
–Tú no vas a
demandar a nadie –impugnó Camila– un error lo comete todo el mundo. Deja
tranquilo al doctor. Preocupémonos más bien por la salud de nuestra hija.
–Pero mujer
–insistió Ramón–. ¿Cómo crees que podemos dejar pasar por alto esta
equivocación de un pseudo médico? ¿Y si le practicaba el curetaje a nuestra
niña sin estar encinta?
–Ya deja de
insistir en cosas que no convienen –concluyó Camila muy resuelta–. Mejor
alegrémonos de que no ha ocurrido nada a nuestra hija por parte del médico,
sino que está enferma por naturaleza.
No le quedó mayor remedio a Ramón que asentir y rumiar en silencio la
supuesta incomprensión por parte de Camila que actuó de buena fe. La alegría
que sintieron no fue del todo alegre porque tuvieron que realizarle un tratamiento
adecuado a esta niña para eliminar dicho quiste. Pero finalmente todo salió
bien.
1.
Semilla
comestible del altramuz.
2.
Técnica
de extraer restos después de un aborto.
3.
Equivalente
a tú, segunda persona del singular. Usado en algunas regiones de Latinoamérica.
4.
Formación
patológica en forma de bolsa cerrada.